Para mí, la danza es mucho más que movimiento. Es un lenguaje que nace desde lo más profundo y que nos conecta con nuestro espíritu, con nuestra energía y con aquello invisible que muchas veces dejamos de escuchar en la rutina diaria.
Bailar es un canal de conexión con lo espiritual, una manera de liberar, transformar y sanar.
Cada vez que nos permitimos movernos, también nos permitimos sentir. La danza se convierte en una excelente terapia: nos ayuda a soltar cargas, a reencontrarnos con nosotros mismos y a estar presentes en el aquí y el ahora.
Además, creo que bailar nos hace más humanos. Nos vuelve más empáticos, porque aprendemos a reconocer emociones en nosotros mismos y en los demás. Nos abre la sensibilidad y nos invita a compartir desde un lugar genuino, auténtico y libre.
La danza no solo es arte ni ejercicio, es un puente hacia nuestra esencia y hacia la conexión con quienes nos rodean.